lunes, 26 de mayo de 2008

Andrea del Boca: "Yo prefiero la verdad, por más dura que sea"

A los 42 años, y con casi 40 tomados por la ficción, se volcó de lleno a la realidad. Dice que ahora llora "tanto o más que en las novelas". Y que detesta los consejos.
Sin guión ni personaje, la semana pasada subió al helicóptero que la llevó del centro de Resistencia a El impenetrable, esa castigada zona de Chaco que esperaba la llegada de Andrea del Boca. Pero cuando Andrea del Boca apareció, las indígenas la recibieron al grito de Perla. O Antonella. Detrás de dos de sus criaturas de novela, ella intentaba entender cómo en plena selva la ficción había superado a la realidad. Un dilema de esos que la nena que creció en la tele se plantea de grande. Y ya no hay guión que le pase letra.
De regreso de ese viaje al interior —del país, del alma—, cuyas imágenes se verán el lunes en La mamá del año (a las 17, Canal 13), ella está "movilizada, angustiada, volví hecha pelota. Creo que ahora lloro tanto o más que en las telenovelas". Y eso que a lo largo de casi 40 años, las lágrimas le matizaron la carrera desde su debut, con edad de jardín de infantes, en Nuestra galleguita, pasando luego por la entrañable Pinina de Papá corazón y el infinito dominó de heroínas que diseñó para la pantalla chica, la que ahora, a los 42, la encuentra corrida de baldosa.
En su camarín recién pintado de blanco, con flores violeta y un par de cafés para entonar la charla, asegura que "siempre tuve mucho interés en lo social, pero jamás lo he difundido. En cada viaje de trabajo me metía en los hospitales, trataba de ayudar, de dar. De chica, mis padres insistieron mucho con la necesidad de compartir. Y así crecí. Mirá, ahora que pasó mucho tiempo, te cuento que hay una sala de República Dominicana, para chicos diabéticos, que tiene mi nombre. Eso data de la época de Papá corazón (1973): en varios países de América se estila armar telemaratones solidarios y una vez doné un vestido que usaba en el programa... creo, sin exagerar, que se pagaron 20 mil dólares que fueron a ese hospital".
El relato alborota los tiempos y cada tanto se cuela esa nena de dientes caídos y pelo eterno que creció frente a las cámaras, que empezó a actuar cuando todavía no sabía leer, pero, cuando supo, alternó la letra que debía repetir y la de sus libros favoritos: "Era fanática de El principito y de Platero y yo... ya de más grande me encantó Mi planta de naranja lima... A mí no me agarró de muy nena, pero a mi hija sí. Ella tiene la mística de la lectura. Su mejor plan es ir al cine y después a una librería. Ahora estamos leyendo El principito y yo puedo resignificar esa frase genial de Lo esencial es invisible a los ojos. Creo profundamente en eso, aunque a veces lo cotidiano te pase por encima y te tengas que ocupar ya no del minuto, sino de segundo a segundo".
Y las palabras con las que intentaba bucear ese concepto suben rápidamente cuando su productor le avisa que el posible granizo le puede marcar la camioneta, o la peinadora le sugiere que "ni loca vayas vos a correrla porque la lluvia te estropea todo esto" (esto son las planchitas) o la maquilladora le controla las muecas. Todos, de a ratos, en el camarín. Pero ella, vieja entrevistada, sabe generar un mano a mano entre muchas manos. Y aunque le estén pintando los párpados, los ojos celestes están ahí, abiertos, sosteniendo la mirada cuando dice cosas como que "viendo las realidades que me muestra el programa no tengo derecho a quejarme, pero sí tengo derecho y obligación de involucrarme. Yo no tengo formación de periodista.... yo pregunto desde mujer y la madre que soy, pregunto desde la curiosidad. Y jamás doy consejos, porque tampoco me gusta que me los den".
¿Ni siquiera tu madre?
Por ahí mi madre me los ha dado, pero seguramente he hecho todo lo contrario.
La madre, que acaba de ingresar al camarín, sonríe. Y se convierte en testigo silencioso de una charla en la que Andrea confiesa, a cuento de su polaridad entre ficción y realidad, pero más a cuento de una vida pública, que "odio que me engañen... yo prefiero la verdad, por más dura que sea. Y esto vale para los grandes temas o para los otros: si estoy mal vestida y sos mi amiga, no me digas ay, te queda precioso. No, mi amor, ¿cómo no me dijiste que me quedaba pésimo? Por suerte tengo amigos que van de frente. Yo también soy así. Y soy de esas amigas a las que podés llamar a las 2 de la mañana".
¿Y dejás el contestador?
No, ni loca. Atiendo enseguida. Saben que no tengo nada de figurita. Nunca me creí la de la estrella del teléfono blanco. No me banco la frivolidad.... tal vez en la adolescencia jugué un poco con eso, pero de grande tengo las cosas bien claras.
Y esa claridad de la que se ufana la lleva a decir que "ahora estoy pensando en mi próxima telenovela, pero también en una campaña de antidiscriminación para los índígenas y en otra contra la violencia familiar. Voy por más. Yo no le escapo a las emociones", aclara, por si Pinina o Celeste o Antonella o Perla o Mía —o la Andrea de hoy, que para muchos es la heroína que fue— la hubieran llevado, acaso, por otro camino.

Clarín

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